Era joven, caminaba por un barranco muy estrecho al llegar a un cambio de dirección había un desnivel a una altura por encima de mi cintura que era preciso superar.
Tras los planos blancos de los muros, se alzaba el más alto de donde provenían las voces de los niños de una escuela.
Mi compañera y yo pasamos por lugares vicisitudes y situaciones que no pude recuperar y fijar en la memoria, en algún punto de la traza del viaje queda una presunción del calado del misterio y en la estela final una sensación que aporta imágenes borrosas no identificables, punto oscuro como referencia, como indicador, señal o una boya, en la superficie de la conciencia.
Y caminamos descalzos pisando la yerba entre las pequeñas plantas que crecían en el suelo como aquellas con las que jugábamos cuando éramos niños.
En la meseta alta estamos mi pareja y yo, establecimos nuestro lugar para vivir. Las divisiones de los espacios no eran paredes, sino grandes lienzos de tela que el viento agitaba.
Unos señores se acercaron y nos entregaron unos papeles que nos permitían establecernos allí, y nos dijeron que los guardáramos.
Sentados al lado del camino, con la espalda contra la pendiente de la ladera, la empatía era la forma de relación, y los caminantes que llegaban se sentaban a nuestro lado.
De pie, debajo de nosotros, bajaba una pista inclinada de suelo de tierra sin excesivas irregularidades.
Accedimos por la parte lateral bordeando la curvatura del lugar en el que se encontraba un poblamiento a cierta altura sobre nuestro propio plano, y ya desde un principio aparecían los espacios laterales vaciados donde surgían las raíces bajo el plano del terreno que ocupaban las plantas a lo largo de nuestro recorrido. Una de estas plantas crecía sobre una superficie exenta circular, y debajo surgían las raíces formando una especie de cono invertido y en el vértice del cono, surgía una raíz central más fuerte, como un pilar que se introducía en el terreno firme. Los perfiles de las plantas predominaban sobre las fachadas de las casas, y como fondo, sobre un plano vertical se veía una cueva o excavación con la bóveda formando un arco.
En el valle hacía sol, el sol de la tarde, como un día festivo en el que la gente va de merienda al bosque.
Y se formó una fila ligera que subía por la pendiente de la colina entre las piedras, la hierba y las pequeñas plantas. El tramo se fue alargando y ganando en dificultad, aparecieron unas empinadas escaleras de cemento, algunos ante las posteriores dificultades se dieron la vuelta. Seguí hasta encontrarme en la oscuridad con las vigas y la madera que me cerraban el paso. Entonces comencé a quitar adobes y abrí un hueco por el que accedí a ver un espacio muy amplio, y en un nivel más bajo, enfrente a esa altura había otra abertura grande, al exterior estaba el Papa y se veía actividad, había movimientos reivindicativos.
Zamora, Navidad 2021