1º CONGRESO EUCARÍSTICO COMARCAL. COLEGIO CALASANCIO. 21-24 DE MAYO DE 1959. JOSÉ MARÍA MEZQUITA EN LA PARTE CENTRAL DE LA 3ª FILA POR ARRIBA. |
COLEGIO NTRA. SRA. DE LAS MERCEDES. ALUMNOS INTERNOS Y EXTERNOS. 12 DE MARZO DE 1961. JOSÉ MARÍA MEZQUITA EN LA FILA DE ARRIBA EN LA 6ª POSICIÓN POR LA DERECHA. |
La primaria
Un día tal vez asentado ya el comienzo del curso, me encontraba en la amplia galería del piso superior y me acerqué a los ventanales y miré al exterior hacia abajo, hacia el patio, una perspectiva muy fugada de las columnas en el límite que enmarca la primera galería. Y en ese instante salían los alumnos de bachiller, concluido el desayuno, en diferentes direcciones, y cada uno se dirigía a su propia aula.
Pensé que el próximo curso me tocaría a mí y me pregunté, ¿sabría hacerlo yo?
La escuela primaria
El recreo
A media mañana nos llevaban a un lugar cercano al Colegio por una calle en la que estaba situada la Plaza de Toros de Toro. Tenía un portón con un arco en la parte superior que me recordaba los fondos de las reproducciones de las imágenes del Dos de Mayo de 1808, la Plaza se inauguró en torno a 1828. En alguna ocasión nos llevaron a ver un espectáculo taurino relacionado con el vino. A su lado se alzaba la fachada del Teatro Latorre al que también nos llevaron a ver las zarzuelas.
Cruzando la calle Reja Dorada se llega frente a una verja de hierro en línea con las fachadas de los edificios, que da acceso a un callejón. El edificio de la derecha parecía ser un palacio que debió ser hospital de sangre durante la guerra, con dos cuerpos laterales al nivel de la calle y el cuerpo central del edificio retrasado varios metros, en la bruma de la memoria sobre un nivel superior al del suelo y unas escaleras en la parte central igualmente una cruz de piedra monumental, crecía la yerba y las señales del abandono.
Una vez franqueada la verja seguíamos en fila como habíamos llegado bajo los muros y las herméticas ventanas enrejadas en las que la mirada quedaba retenida, prendida en el misterio. Para nosotros los niños en nuestra imaginación los sombríos interiores estaban decorados con panoplias con toda una colección de antiguas espadas... Nuestra imaginación se excitaba con la atracción de la mágica idea de lo que ocultaban esas paredes en sus interiores.
El callejón desembocaba en un espacio abierto y amplio. Y ahí se producía el cambio en las sensaciones.
Los maestros paseaban allí formando una línea uno al lado del otro recorrían ese espacio y luego se daban la vuelta.
Parece ser que ese era el lugar de reunión de los alumnos de varios centros educativos.
Había otro espacio mucho más grande al fondo limitado por un alto paredón en toda su longitud, donde se jugaba al fútbol, era el lugar de mayor actividad, y desde allí llegaban las ruidosas exclamaciones de los jugadores que surgían en el ritmo del juego.
Había un tercer espacio cerrado por paredes de ladrillo macizo de planta rectangular. Sobre el umbral de la entrada había un hueco con una calavera rota tal vez por una certera pedrada, en su interior también se jugaba al fútbol en una mezcla con los que se ocupaban de otras cosas.
Desde su interior por encima de sus muros, podían verse espacios similares, tal vez huertos, podía verse la copa de algún frutal, la vegetación sobresaliendo en otro lugar, más lejos un campanario de iglesia, alguna casa, y sobre todo nada que desafiase la altura media de lo visible. Se adivinaba la ciudad.
Y los que no participábamos en las actividades colectivas andábamos de aquí para allá. En el primer espacio había dos garitas de vigilancia enfrentadas a cierta distancia una de otra donde para la eficacia de su finalidad fue necesario levantarlas. Construidas a cierta altura sobre el nivel del suelo, de cemento armado a las que se accedía por una robusta rampa escalonada con peldaños de cemento, y las subíamos y nos situábamos en su interior, y volvíamos a bajar sólo para sentir y comprobar el sabor de la ausencia.
Hacía el fondo al lado opuesto al "cementerio" había un saliente como un mirador o galería en un estado precario, si no cercano a la ruina. Un día intenté una incursión, recuerdo ver a través de un pasillo una hilera de pequeñas habitaciones blancas todas iguales vacías... como habitaciones hospitalarias improvisadas.
Entre el edificio y el lugar de libre acceso de tierra apisonada había un espacio como de tierra de nadie cubierto de hierba seca, delimitado por un murete que no sobrepasaría los 40 cm.
Accedí al edificio por un amplio umbral sin puerta y comencé a subir por una gran escalinata muy amplia, que prometía. Pero me encontré con un cura que descendía de la parte desconocida envuelto en un halo de soledad que traía consigo. Ahí tuve que dar por finalizado mi reconocimiento.
Cuando la tierra estaba seca los pasos que rozaban el suelo podía dejar al descubierto el brillo metálico de una bala.
Una vez franqueada la verja seguíamos en fila como habíamos llegado bajo los muros y las herméticas ventanas enrejadas en las que la mirada quedaba retenida, prendida en el misterio. Para nosotros los niños en nuestra imaginación los sombríos interiores estaban decorados con panoplias con toda una colección de antiguas espadas... Nuestra imaginación se excitaba con la atracción de la mágica idea de lo que ocultaban esas paredes en sus interiores.
El callejón desembocaba en un espacio abierto y amplio. Y ahí se producía el cambio en las sensaciones.
Los maestros paseaban allí formando una línea uno al lado del otro recorrían ese espacio y luego se daban la vuelta.
Parece ser que ese era el lugar de reunión de los alumnos de varios centros educativos.
Había otro espacio mucho más grande al fondo limitado por un alto paredón en toda su longitud, donde se jugaba al fútbol, era el lugar de mayor actividad, y desde allí llegaban las ruidosas exclamaciones de los jugadores que surgían en el ritmo del juego.
Había un tercer espacio cerrado por paredes de ladrillo macizo de planta rectangular. Sobre el umbral de la entrada había un hueco con una calavera rota tal vez por una certera pedrada, en su interior también se jugaba al fútbol en una mezcla con los que se ocupaban de otras cosas.
Desde su interior por encima de sus muros, podían verse espacios similares, tal vez huertos, podía verse la copa de algún frutal, la vegetación sobresaliendo en otro lugar, más lejos un campanario de iglesia, alguna casa, y sobre todo nada que desafiase la altura media de lo visible. Se adivinaba la ciudad.
Y los que no participábamos en las actividades colectivas andábamos de aquí para allá. En el primer espacio había dos garitas de vigilancia enfrentadas a cierta distancia una de otra donde para la eficacia de su finalidad fue necesario levantarlas. Construidas a cierta altura sobre el nivel del suelo, de cemento armado a las que se accedía por una robusta rampa escalonada con peldaños de cemento, y las subíamos y nos situábamos en su interior, y volvíamos a bajar sólo para sentir y comprobar el sabor de la ausencia.
Hacía el fondo al lado opuesto al "cementerio" había un saliente como un mirador o galería en un estado precario, si no cercano a la ruina. Un día intenté una incursión, recuerdo ver a través de un pasillo una hilera de pequeñas habitaciones blancas todas iguales vacías... como habitaciones hospitalarias improvisadas.
Entre el edificio y el lugar de libre acceso de tierra apisonada había un espacio como de tierra de nadie cubierto de hierba seca, delimitado por un murete que no sobrepasaría los 40 cm.
Accedí al edificio por un amplio umbral sin puerta y comencé a subir por una gran escalinata muy amplia, que prometía. Pero me encontré con un cura que descendía de la parte desconocida envuelto en un halo de soledad que traía consigo. Ahí tuve que dar por finalizado mi reconocimiento.
Cuando la tierra estaba seca los pasos que rozaban el suelo podía dejar al descubierto el brillo metálico de una bala.
El examen de latín
Estamos ya en el aula, sentados cada uno en su lugar, instantes de tregua en el ajetreo de los preparativos previos al examen, vividos con inquietud ante la prueba inminente, no sólo para el acceso al siguiente curso sino la prueba para uno mismo.
Nos proporcionaron una tira de papel a cada uno mecanografiada a máquina, y nos dicen que podemos usar el diccionario.
Mirando la tira sujeta entre mis dedos pensé: "tengo un texto y tengo un diccionario".
Superada la tensión y tranquilizado con esta idea, y con la voluntad de poner todos los sentidos, comencé. Con cierta agradable sorpresa fui apreciando como poco a poco iba surgiendo un relato coherente. Cuando entregué el examen mi ánimo estaba en paz.
Nos proporcionaron una tira de papel a cada uno mecanografiada a máquina, y nos dicen que podemos usar el diccionario.
Mirando la tira sujeta entre mis dedos pensé: "tengo un texto y tengo un diccionario".
Superada la tensión y tranquilizado con esta idea, y con la voluntad de poner todos los sentidos, comencé. Con cierta agradable sorpresa fui apreciando como poco a poco iba surgiendo un relato coherente. Cuando entregué el examen mi ánimo estaba en paz.
Comienzo de una clase en la mañana
Finalizado el ajetreo para ocupar cada uno su lugar y ya acomodados cesaba el ruido y los rumores y se hacía el silencio. El cura se había acomodado también detrás de la mesa sobre la elevada tarima. La atención se centraba especialmente en sus manos y en el cuaderno de pastas de hule negro que manipulaban, y la tensión aumentaba y crecía hasta convertirse en angustia cuando sus dedos separaban sus hojas. La atención era para comprobar por qué parte del cuaderno se abría, había tres opciones, por el principio, por la mitad o por el último tercio, porque según la letra por la que comenzase tu primer apellido estuviese al principio, en el centro o al final del abecedario.
El nombre elegido saldría a dar la lección. Así que el cénit se alcanzaba cuando empezaba a pronunciar el nombre del elegido.
En la clase de techos altos las paredes estaban tapizadas con mapas en los que aparecen la relación de países ordenados comparativamente por su capacidad industrial, materias primas, industrialización, etc... Y en todos ellos la relación se establece con la silueta de dos figuras, una dentro de la otra, de modo que si la de fuera representa el número de habitantes de un país, la interior el tanto por ciento de industrialización, así que el estado óptimo es cuando los dos perfiles tienden a igualarse en tamaño, y el menos favorable es cuando la diferencia de tamaño es mayor.
Esta era la clase del "Pa" Hilario, un viejecito bueno al que a veces hacíamos irritar.
Llevaba siempre dos varas, una corta para la distancia corta y otra larga para abarcar toda la clase.
El nombre elegido saldría a dar la lección. Así que el cénit se alcanzaba cuando empezaba a pronunciar el nombre del elegido.
En la clase de techos altos las paredes estaban tapizadas con mapas en los que aparecen la relación de países ordenados comparativamente por su capacidad industrial, materias primas, industrialización, etc... Y en todos ellos la relación se establece con la silueta de dos figuras, una dentro de la otra, de modo que si la de fuera representa el número de habitantes de un país, la interior el tanto por ciento de industrialización, así que el estado óptimo es cuando los dos perfiles tienden a igualarse en tamaño, y el menos favorable es cuando la diferencia de tamaño es mayor.
Esta era la clase del "Pa" Hilario, un viejecito bueno al que a veces hacíamos irritar.
Llevaba siempre dos varas, una corta para la distancia corta y otra larga para abarcar toda la clase.
No me sentí nunca marginado
Las mesas ocupaban su lugar en la superficie de la clase y estaban vacías, nosotros estábamos en fila de espaldas a la pared siguiendo el contorno de la clase, ordenados desde el número uno, el primero de la clase y el último, yo estaba por la mitad.
No recuerdo cómo fue lo excepcional, tal vez una respuesta a una pregunta repetida una vez más para encontrar la respuesta correcta, acertada, y lo excepcional fue la duda, la duda del cura en quien debería adelantar un puesto en la fila, y decidió que fuesen los alumnos, los compañeros, los que decidieran, y lo hicieron por mí.
No recuerdo cómo fue lo excepcional, tal vez una respuesta a una pregunta repetida una vez más para encontrar la respuesta correcta, acertada, y lo excepcional fue la duda, la duda del cura en quien debería adelantar un puesto en la fila, y decidió que fuesen los alumnos, los compañeros, los que decidieran, y lo hicieron por mí.
Un día menos
Despertar en el internado
Un golpe violento seguido por el estrépito de la enorme puerta del dormitorio al golpearse con el muro, al finalizar su recorrido al abrirse, y sin pausa las secas palmadas del padre de grandes manos.
La transición del sueño inmediato a un despertar violento seis días a la semana. Los domingos media hora más tarde, había un tiempo para soñar despierto y percibir los sonidos de la calle... ero... churrerooo... la sirena de la fábrica azucarera y ya se percibía la claridad de la mañana.
Sin dar tiempo a calentar el pijama y las heladas sábanas el velo del sueño se llevaba el único reducto de libertad del día, en la transición a un despertar violento seis días a la semana.
En el piso superior hay dos dormitorios principales en sendas alas del edificio perpendiculares entre sí, las camarillas individuales con una cortina se alinean hacia el interior del edificio. Enfrente la fila de camas bajo las ventanas se alinean hacia la fachada exterior sobre un piso de madera. A lo largo del pasillo central dos o tres estufas de hierro fundido con una altura superior a la de una persona como maquetas de hierro fundido del Empire State con sus aletas negras paralelas hacia arriba.
La transición del sueño inmediato a un despertar violento seis días a la semana. Los domingos media hora más tarde, había un tiempo para soñar despierto y percibir los sonidos de la calle... ero... churrerooo... la sirena de la fábrica azucarera y ya se percibía la claridad de la mañana.
Sin dar tiempo a calentar el pijama y las heladas sábanas el velo del sueño se llevaba el único reducto de libertad del día, en la transición a un despertar violento seis días a la semana.
En el piso superior hay dos dormitorios principales en sendas alas del edificio perpendiculares entre sí, las camarillas individuales con una cortina se alinean hacia el interior del edificio. Enfrente la fila de camas bajo las ventanas se alinean hacia la fachada exterior sobre un piso de madera. A lo largo del pasillo central dos o tres estufas de hierro fundido con una altura superior a la de una persona como maquetas de hierro fundido del Empire State con sus aletas negras paralelas hacia arriba.
2015
Lo no habitual
Súbitamente el fraile se acercó, se iba a ausentar y me encargó que cuidara de la clase y anotase en la pizarra a los que no se mantuviesen en silencio. Era la costumbre, lo habitual cuando el profesor se ausentaba de clase. La pizarra o encerado era una banda pintada sobre la pared verde oscuro y ocupaba toda la longitud entre dos muros detrás de la mesa del profesor, situada sobre una tarima elevada de color marrón sin brillo desgastado y erosionado por el tiempo. Era grande y larga como para un tribunal. Cerrada por las tres caras exteriores.
Me coloqué de pie detrás de la mesa en uno de sus extremos. Y al cabo de tres intentos de tratar de controlar el silencio, comprobé que los jóvenes son así y no se contienen y van a seguir así, y que para cumplir el encargo del fraile correría el riesgo de violentarme con mis compañeros y llegado a esta conclusión ni un segundo para dejar la tiza y ocupar el sitio en mi mesa.
Y esto era lo no habitual.
Al día siguiente el fraile me pidió que le hiciera un llavero.
Me coloqué de pie detrás de la mesa en uno de sus extremos. Y al cabo de tres intentos de tratar de controlar el silencio, comprobé que los jóvenes son así y no se contienen y van a seguir así, y que para cumplir el encargo del fraile correría el riesgo de violentarme con mis compañeros y llegado a esta conclusión ni un segundo para dejar la tiza y ocupar el sitio en mi mesa.
Y esto era lo no habitual.
Al día siguiente el fraile me pidió que le hiciera un llavero.
La sala de juegos
Por la tarde cuando la oscuridad había obtenido su predominio y fuera en el exterior se sentía la humedad. ¿Era después de la merienda cuando íbamos a la sala de juegos?
Había un armario con una pequeña biblioteca sin nada a lo que asirse para ocupar ese espacio de tiempo tan valioso de recreo. Novelas de serie y formato uniforme. Lo intenté con una triste que se desarrollaba en Varsovia en la posguerra mundial. Descartada esta literatura ligera de pasatiempo.
Los que verdaderamente disfrutaban cada día... había una mesa de billar y un futbolín que siempre estaban ocupados con una actividad frenética, en el caso del futbolín con sus tirones violentos y golpes de las barras, las bolas, y las exclamaciones, y las mesas repartidas por el espacio de la sala para jugar a las damas, al dominó o el parchís, y los demás de aquí para allá.
Pero la imagen que permaneció en mi memoria, las bombillas de filamento incandescente que proporcionaban la luz, la tenue luz dorada ocre-amarillenta, que parecía depositarse en partículas mínimas flotando en el espacio, descendiendo sobre la superficie de las mesas, el billar, el futbolín, haciéndolos visibles, y las figuras de los niños envueltos en esa luz.
Había un armario con una pequeña biblioteca sin nada a lo que asirse para ocupar ese espacio de tiempo tan valioso de recreo. Novelas de serie y formato uniforme. Lo intenté con una triste que se desarrollaba en Varsovia en la posguerra mundial. Descartada esta literatura ligera de pasatiempo.
Los que verdaderamente disfrutaban cada día... había una mesa de billar y un futbolín que siempre estaban ocupados con una actividad frenética, en el caso del futbolín con sus tirones violentos y golpes de las barras, las bolas, y las exclamaciones, y las mesas repartidas por el espacio de la sala para jugar a las damas, al dominó o el parchís, y los demás de aquí para allá.
Pero la imagen que permaneció en mi memoria, las bombillas de filamento incandescente que proporcionaban la luz, la tenue luz dorada ocre-amarillenta, que parecía depositarse en partículas mínimas flotando en el espacio, descendiendo sobre la superficie de las mesas, el billar, el futbolín, haciéndolos visibles, y las figuras de los niños envueltos en esa luz.
2015
La enseñanza
La enseñanza tradicional, la que yo conocí, la que yo sufrí, consistente en memorizar el contenido de los libros de texto, convertía a los niños en seres pasivos y como consecuencia angustiados, por lo que el aula no era atractiva.
Cartel anunciador de una excursión. Dibujos realizados por José María Mezquita. |
Gabinete de Física. 1937. |