Colección de 93 dibujos.
UNA VISITA AL PRADO
Subo por unas escaleras de piedra que me llevan a una parte poco conocida por mí y algo solitaria, entro por el pórtico y me sorprende el piso de madera rojizo y encerado, con el color de los cuadros brillantes como ellos.
Estas salas son distintas, un rincón aislado del edificio arriba del todo, con otro color, otra forma, otro ambiente, más descuidado su piso, sus puertas son distintas como una buhardilla, el desván o ático de una señorial casa, y allí se guardan enseres valiosos. Lo primero que le da ambiente, ya no veo cuadros sino bocetos, aguafuertes, trazos de lápiz sobre papel blanquecino o gris con manchas de color ocres y marrones, desvaídas y corridas por el tiempo.
Las paredes tienen un color distinto, son muy claras, las salas son más claras que en el resto del edificio, las paredes son de color crema muy claro y los zócalos blancos con molduras doradas, y el suelo puede parecer dorado también. Una puerta que no sé a donde conduce, una puerta que encierra algo sombrío, una puerta que parece que no se abre con frecuencia o no se abre nunca con dos cristales opacos donde empieza la privacidad. Estoy sentado en un asiento, también es cremoso y blanquecino como el resto de la sala iluminada por una cristalera en el techo y que da la impresión de estar en la altura, alejados del resto del edificio, unidos únicamente a él por esa puerta por la que entré, como un pasadizo que conduce a la otra parte.
Desde la penumbra he entrado de repente en una sala, y me ha sorprendido la luz, la luz que iluminaba un gran cuadro que ocupaba la pared frontal, y la luz de la ventana se había apropiado de él y así brillaba, y brillaban los marcos dorados con líneas amarillentas de fuego, y brillaba una ventana cremosa y dorada, y las cortinas de un trocito de ventana por las que se transparentaba la luz como un cristal traslúcido, y no se veían los cuadros, sólo el brillo de sus marcos como un fogonazo lineal. Y los muebles no se veían en las paredes de crema.
Entro en una sala y me sorprende la penumbra rojiza que rodea los rincones y los cuadros, densa que funde los colores; sigo por la sala y veo a través del pórtico otros muchos, todos cubiertas sus paredes de terciopelo, la primera puerta es un marco tras el que se ve la segunda y un trozo de sus paredes cubiertas de rojo terciopelo y tras esta otra así, y otra así en profundidad, evocando con su mayor luz. El último es azul, débilmente azulado como el cielo, y otro es amarillento suave, y no veo el último. Veo una luz que quizá es el sol de la tarde.
En torno a 1964-1966